TEXTO DE SOFÍA PÉREZ PINEDO

Terapeuta y Maestra de Reiki

Las relaciones amorosas deben construirse desde el respeto, la confianza y la libertad. Sin embargo, no siempre es así. Muchas personas —como me ocurrió a mí— se encuentran atrapadas en relaciones donde el control, los celos y el chantaje se disfrazan de amor. Lo que parecía una relación de pareja terminó convirtiéndose en una forma de maltrato silencioso, pero profundamente dañino.

Estuvimos juntos por más de un año. Yo era nueva en el grupo de mi clase con 15 años y por accidente en un trabajo en equipo le tiré al suelo su libreta y me dijo que la recogiera apuntando con el dedo, no le di importancia, “primeras señales”. Luego nos hicimos novios y al principio, todo parecía ir bien. Era cariñoso, detallista, me hacía sentir querida. Pero con el tiempo, sus celos comenzaron a crecer. Lo que parecía preocupación por mí se convirtió en vigilancia constante.

Me prohibía salir y juntarme con mis amigas, cuestionaba con quién hablaba, me vigilaba constantemente, sentía que me ahogaba y me hacía sentir culpable por querer tiempo para mí misma. Siempre encontraba la forma de justificar su comportamiento: «es que te amo demasiado», «tengo miedo de perderte», «no confío en ti». Y así, poco a poco, fui cediendo mi libertad a cambio de no perderlo.

Hubo momentos en los que el control pasó del plano emocional al físico. Cuando discutíamos y yo quería irme, me cogía del brazo y no me soltaba. No me gritaba ni me pegaba, pero me sujetaba fuerte, como diciendo: «Tú de aquí no te vas hasta que yo lo diga». Ese gesto, aunque no dejaba moretones, dejaba marcas de miedo y sumisión.

Y cuando pensaba en dejarlo, aparecía el chantaje: «Si me dejas, le voy a contar todo a tu madre» «Tú sabes que puedo arruinarte». Me sentía atrapada. No solo tenía miedo de él, también del escándalo, del juicio de mi familia, del qué dirán, con el chantaje me tenía atrapada.

Un día, algo dentro de mí hizo clic. Me di cuenta de que no estaba viviendo una relación sana, sino una forma de maltrato. Y decidí empezar a poner límites. No fue fácil. Tuve miedo. Pero entendí que el amor real no exige que renuncies a ti misma, ni te aísla, ni te amenaza.

Poner límites fue el primer paso para recuperar mi voz, mi fuerza y mi libertad. Empecé a hablar con personas de confianza, sobre todo con mi madre que ignoraba que andaba con él, expresé lo que sentía y, sobre todo, a creer y tener una vida sin miedo.

Después de salir de esa relación, supe que no bastaba con alejarme físicamente: también tenía que sanar por dentro. Comencé un proceso terapéutico y me abrí al Reiki, una terapia que me ha ayudado a reconectar conmigo misma, liberar emociones atrapadas y fortalecer mi autoestima.

Gracias al Reiki y al trabajo de conciencia personal, he podido identificar las heridas emocionales que me hicieron tolerar lo intolerable. He aprendido a reconocer las señales tempranas del control disfrazado de amor. Y, lo más importante, he hecho un compromiso conmigo misma para no repetir este patrón jamás, y se ha cumplido, ahora tengo una relación donde se respira el respeto, el amor, la confianza y la libertad de ser quien somos y unas hijas que seguramente construirán sus propios caminos con seguridad, compasión y valentía.