TEXTO DE MARTA TAPIAS MERINO

Terapeuta y Maestra de Reiki

La creatividad surge de forma natural en la infancia. Y es así porque no hay límites ni expectativas. Solo un papel y unos lápices de colores o un juguete y un mundo por inventar, o simplemente la imaginación que crea una realidad fantástica.

A medida que se crece, las restricciones aparecen. Se puede buscar la aprobación de los seres queridos para recibir su amor. Puede aparecer el miedo al ridículo, el miedo a decepcionar, a no ser aceptados, a no ser suficientes. Todo eso ahoga la creatividad y la libertad que se trae al mundo de forma innata.

De adultos es necesario recuperar la alegría, la creatividad, el disfrute. La consecuencia de no hacerlo es tener una existencia en la que predomine el gris. ¿Cómo se logra? Se trata de recuperar aquellas actividades que en la infancia eran fuente de alegría. El niño que disfrutaba jugando con los coches, quizá ahora construye sus maquetas, que después expone como tesoros en la vitrina del salón, o tirándose al suelo para jugar con su hijo. La niña que pintaba arcoíris imposibles sobre cimas nevadas ahora está apuntada a un curso de dibujo y cuando estrena una caja de pinturas se le vuelve a iluminar la cara, imaginando todo lo que va a crear. Quizá ahora tiene 20, 50, 70, o 90 años o más, pero la sonrisa que ilumina su rostro tiene el mismo brillo que a sus 5 años. Porque el/la niño/a interior no envejece. Puede estar escondido/a y reprimido/a bajo capas de obligaciones y de responsabilidades, de creencias limitantes, de roles adquiridos y de carencias. O puede desarrollarse para que su alegría y vitalidad iluminen cada día.

Reconectar con el niño o la niña interior significa dialogar con él / ella, escuchar cuáles son sus necesidades, nutrirle de aquello que necesita, que puede ser afecto, diversión, cuidado, aceptación, perdón. Renovar lo que sus seres queridos pusieron en sus manos y en su corazón, o darle lo que el adulto en que se ha convertido es capaz de procurarse a sí mismo y que en ese momento no tuvo. Y todo esto requiere tiempo y espacio. Dedicar tiempo a nutrir al niño o a la niña que sigue viviendo en el interior de cada uno de nosotros no es egoísmo; es una necesidad. Tener un lugar propio de tiempo y espacio, incluso pequeño, en el que poder encontrarnos con nosotros mismos también.

En mi caso, sigo dibujando de vez en cuando. Una hoja en blanco y unas horas por delante. También me gusta salir con la cámara de fotos en ristre. Unos ovillos de lana y unas agujas con las que hacer una bufanda o una manta hacen de una tarde aburrida un taller de confección de piezas que luego no se usan y sin importarme el que no tengan utilidad. Pasta para modelar personajes salidos de mis manos según su humor. Disfrutar con un buen libro. Bailar. Reírme junto a mis hijas, disfrutando de su humor, como si fuera una adolescente más. Compartir risas y recuerdos con una amiga. Tumbarme sin prisas en una pradera al sol, escuchando la música de la naturaleza como si el tiempo fuera infinito, como en las tardes de mi infancia. A veces, también es abrazarla cuando se siente sola, dañada o incomprendida. Perdonarla cuando sabe que no ha actuado bien. Con dulzura. Con esa misma dulzura con la que tratamos a los demás y que a veces no nos dedicamos a nosotros mismos.

El Reiki me centra en mí misma y me hace consciente de las heridas de mi niña interior para que pueda sanarlas y ponerlas en paz, de sus carencias para que pueda colmarlas, de su necesidad de diversión para que pueda disfrutar de la vida, para que la sonrisa de mi rostro sea igual de radiante que la de la niña que, en su momento, descubría el mundo con ojos asombrados