TEXTO DE SOFÍA PÉREZ PINEDO

Terapeuta y Maestra de Reiki

Por mucho tiempo viví desconectada de mí misma. La herida del abandono de mi padre y el carácter duro de mi madre me hicieron creer que tenía que ser fuerte, que sentir era peligroso, que no merecía ser amada suavemente y esa carga, invisible pero poderosa, me moldeó más de lo que quería admitir. Pero dentro de mí, mi niña “Sofí o Chofis” seguía esperando, silenciosa, herida… olvidada.

Fue a través de la energía amorosa del Reiki y sumando la Terapia de Reiki, que comencé a escuchar a mi pequeña Sofi en cada sesión. Algo se abría dentro de mí. Mi cuerpo hablaba, mi energía lloraba lo que yo había callado y sentido por años. Y poco a poco comencé a recuperarla. A decirle: "Sofi ya no estás sola. Ahora yo estoy aquí y te cuidaré".

Recuerdo la primera sesión de Reiki que tomé. Algo cambió. No fue inmediato ni milagroso, pero sentí una paz que no recordaba haber sentido nunca, aprendí a escuchar la energía de mi cuerpo, y complementario con la conversación terapéutica posterior fue un “bum”. Comencé a ver lo que tenía guardado en mi inconsciente, memorias viejas que estaban guardadas en mi ser, en mi alma como cicatrices invisibles. No solo lloré: también sentí ternura, aceptación, incluso gratitud. Mi Sofi interior empezaba a confiar.

Con el tiempo, empecé a mirar a mis padres desde otro lugar. No como villanos de mi historia, sino como humanos heridos también. Mi padre, ausente, tal vez no sabía cómo amar. Mi madre, fuerte, seguramente aprendió a sobrevivir en un entorno que no le permitía ser suave y comencé a abrazar a esa niña que había sido rechazada. Le dije: "No fue tu culpa que papá no estuviera. No era tu responsabilidad cargar con la dureza de mamá. Ahora estoy aquí para ti". Eso fue muy liberador.

Integré también que no fue justificar lo que viví, sino liberarme del peso de cargarlo para siempre. A día de hoy camino más libre, más ligera, conectada conmigo misma, bailando, estudiando y ejerciendo lo que me gusta, sonriendo a carcajadas, simplemente volviendo a mí. Y todo empezó cuando me atreví a volver a ella: a mi niña interior.

Hoy, cuando me conecto conmigo, no me hablo con dureza. Me hablo como me hubiera gustado que me hablaran. Me abrazo. Me sostengo. Y cada vez que hago mi autotratamiento de Reiki, siento cómo mi niña interior sonríe, sabiendo que todo este camino y esta sanación, es para que las dos estemos felices y en equilibrio y que nunca más estaremos separadas, ni solas, estamos llenas de amor, de paz, de luz.

Ahora soy una persona transformada en todo su esplendor. El viaje que emprendí para reconectar con mi niña interior me transformó, volviendo a mí y devolviéndome a mí. Me reconecté con mi esencia, con mi amor propio, con la capacidad de crear una nuevo camino y una maravillosa historia. Es como volver a casa, a mi esencia divina.

Sanar no fue fácil y aún estoy en proceso, poco a poco comprendí que la sanación no viene solo de entender, sino de transformar y poner en paz la energía (situaciones) con la que vivimos.