TEXTO DE MARÍA TERESA NÚÑEZ DE ARENAS AGUIRRE

Terapeuta y Maestra de Reiki

Cuando hablamos de maltrato quizá en lo primero que pensamos es en el maltrato físico, pero la palabra “maltrato”, esa que solo pronunciarla provoca rechazo tiene muchas, muchas dobleces. El maltrato puede ser imposición, sometimiento, miedo, abuso, sumisión, manipulación, machismo, envidias, celos…

El maltrato no es aquel que solo deja cicatrices visibles, también afecta y mucho a nuestro interior alterando la salud mental, emocional y física. El maltrato más visible es el maltrato físico, ese que se basa en golpes, empujones, lesiones o cualquier violencia corporal, pero no hay que darle menos importancia al maltrato emocional a base de insultos, humillaciones, amenazas, manipulación, sometimiento, ese que no se ve y no es visible a los ojos de los demás y que emocionalmente te va destruyendo y aislando del mundo.

Cuando el maltrato se produce en el ámbito familiar se basa principalmente en la imposición, el sometimiento y el miedo. Generalmente son patrones de abuso que se transmite de padres a hijos, ya que quien crece en un entorno violento interioriza ese tipo de comportamientos y creencias, que justifican ese tipo de violencia. Cuando un niño/a maltratado/a llega a ser adulto puede convertirse en víctima, pero también puede convertirse en verdugo creando miedo y sumisión al resto de miembros que componen el ámbito familiar. Ese miedo es el que ellos utilizan para mantener el poder. Los miembros más vulnerables emocionalmente a largo plazo suelen presentar ansiedad, depresión, baja autoestima y por supuesto aislamiento social.

El maltrato se puede producir de padres a hijos, pero también de hermanos a hermanos, generalmente por celos o envidias. El maltrato no siempre es evidente, aunque siempre causa un daño. Se esconde en palabras, silencios, gestos, actitudes que causan daño y generan un ambiente tóxico cuando “te obligan” a pensar, a sentir o a actuar bajo unas normas o te dicen frases muy comunes en el ámbito familiar como puede ser: «En esta casa se hace lo que yo digo. Es por tu bien». A menudo lo hacemos pensando que así educamos o protegemos a nuestros hijos, por ejemplo, cuando lo que estamos haciendo en realidad es silenciar y reprimir la personalidad de la otra persona y más si se trata de un niño/a que puede afectarle en su autoestima, generándole culpa y ansiedad. Al final lo normaliza, aprende a obedecer a callar y a complacer, en definitiva a no ser quien es verdaderamente.

Es importante reconocer estos patrones y buscar apoyo profesional, para que estos patrones no se repitan en las generaciones siguientes y se puedan trabajar las relaciones desde el respeto y sanar heridas internas.

Reiki nos brinda una herramienta muy valiosa que favorece el bienestar interior, nos ayuda a identificar y liberar esas emociones como el miedo, la culpa, la vergüenza o la tristeza tan características de las víctimas de maltrato. Facilita la sanación de la niña/o interior, viviendo de una manera más amorosa con nosotras/os mismos, ya que nos ayuda a liberar esos bloqueos permitiendo que la energía vital fluya por todo nuestro cuerpo, nos ayuda a reconectar con nosotros mismos ayudándonos a escuchar nuestra voz interior, esa que fue silenciada. Nos hace confiar en nosotros mismos/as haciendo que tomemos nuestras propias decisiones sin sentir miedo o culpa. Nos ayuda a romper patrones y a soltar creencias.

Aunque el maltrato deja huellas profundas y dolorosas, Reiki nos recuerda que sanar es posible, no podemos borrar el pasado, pero podemos volver a nuestra esencia, a vivir sin miedos, a vivir en paz. Si lo hacemos acompañados de un terapeuta tendremos la seguridad de que no nos va a soltar de la mano en ese proceso de sanación.