SIN EL RECONOCIMIENTO DE MI TRABAJO

La gestión de la culpa por no estar a la altura de las exigencias de mi padre

TEXTO DE LAURA DE FRUTOS MARTÍNEZ

Laura de Frutos Martínez

Consultante y Practicante de Reiki


Cuando David me propuso participar en este nuevo ejemplar de la revista, dedicado a la culpa, enseguida tuve claro lo que quería escribir, pero al final me salió una mezcolanza de una vida cargada de culpas. Entonces, todo se complicó. He escrito un montón de borradores, quizá sea el artículo que más me ha costado redactar hasta el momento.


Crecí en una familia tipo de la década de los 70. Mis padres se casaron muy jóvenes escapando de unas casas donde la posguerra había debajo huella. Mi madre, con tan sólo 19 años, dejó de trabajar y, al poco, tuvo a mi hermana mayor. Mi padre trabajaba a sol y sombra. Recuerdo que estaba largas temporadas trabajando fuera. Le veíamos poco. Mi madre, tuvo que encargarse del cuidado de sus hijas y de su suegro, que vivía con nosotros.


Al cabo de los años, el esfuerzo de mi padre dio sus frutos y consiguió montar su propia empresa. Era una pequeña empresa, pero funcionaba muy bien. Cuando cumplí 19 años, tras no conseguir en selectividad la nota que necesitaba para estudiar la carrera que quería, me llevó a trabajar con él. Durante 29 años de mi vida he estado luchando por la empresa junto a mi padre. Trabajar con él ha sido uno de los retos más difíciles de mi vida. Siempre fue muy estricto. Para él no había horarios. Salía de trabajar y en casa seguíamos hablando del trabajo. Por más que hiciera, nunca hubo reconocimiento. Sentía que nunca podría llegar a la altura de sus exigencias. Recuerdo el primer proyecto que realicé. Estuve meses, incluidos fines de semana, frente al ordenador. Para entregárselo después al ingeniero de la obra sin cobrar nada a cambio, sin una palabra de agradecimiento por parte de nadie.


Aún por el esfuerzo dedicado y la poca aprobación, al pasar tantas horas junto a mi padre, nació un vínculo especial, cargado de trabajo en equipo, confianza y amor. En verdad nos convertimos en “uña y carne”. 

Hace casi 3 años, tuvimos varias largas bajas de los técnicos en los meses de más trabajo. Sin suerte para encontrar técnicos en el mercado, mi padre con más de 70 años, tuvo que volver a trabajar en la obra. En realidad, esto es algo que siempre había hecho. Nunca pudo estar parado. Para él su trabajo era su vida. 

Tras esto, algo cambió en mí. Comencé a pensar que nunca podría perdonarme que a mi padre le pasara algo trabajando por mí, como me decía.


En casa, pocos días antes de Navidad, mi madre tuvo una pérdida de memoria transitoria y, mi padre, no podía estar con ella, porque tenía que suplir a los trabajadores. Me sentí en una encrucijada, como si de mí dependiera todo. Por no perder la empresa, mi trabajo de toda la vida, estaba condenando a todos. Tras mucho debatir conmigo misma. Tomé la decisión de cerrar la empresa. Sí, cerré la empresa que con tanto esfuerzo y dedicación creó mi padre. La culpa por dejarle sin “su vida” me machacaba en silencio. Durante muchos meses me decía: “me has dejado sin trabajo”. Y, aunque lo decía en tono gracioso, sabía que iba cargado de resentimiento y dolor.


Justo en esa etapa estaba en Terapia de Reiki con David, mi maestro. Me ayudó a tomar conciencia de la culpa que sentía. Esclarecí que todo lo hice por amor. Para proteger a mi padre. Para que pudiera estar más tiempo con mi madre. Al final caí en la cuenta que ellos me enseñaron desde pequeña a esforzarme, ser trabajadora y, a la vez, honesta. Y es lo que hice. Mirar en mi interior, sin ego ni reproches por no haber cumplido las expectativas de mi padre y el daño que le pude provocar con esta decisión. Aceptando que la vida es un continuo cambio empecé a construir el camino con nuevas piedras, pero ninguna con el nombre de culpa.


Ahora, un año y cuatro meses después, observo a mi padre junto a mi madre, aprendiendo a estar juntos, algo de lo que jamás tuvieron la oportunidad. Y la culpa se ha transformado en orgullo hacia mi padre por todo lo que me enseñó y por su gestión del duelo por la pérdida de la empresa, el amor hacia mi madre que siempre nos ha cuidado altruistamente y la trascendencia propia del sentimiento de culpa al reconocimiento y aceptación de mis propios actos valorando y abrazando las consecuencias. Sin juicios.